EL PLATO PREFERIDO DE LA DIVA PUNK

El día veintitrés de noviembre acudí a la Librería «Los Portadores de Sueños» a darle un abrazo a Sergio Del Molino.                                                                                                               Foto tomada prestada de la entrevista del Heraldo A pesar de que los días de labor -y más ese día concreto- todo son prisas, no podía faltar. Presentaba su nuevo libro entre sus amigos y con las palabras y el acompañamiento de Ana Usieto. -¡Ay, casi me lo pierdo!-. Sólo pude acudir al bar de al lado. En la librería ya sólo quedaban Ana y Félix recogiendo las migajas. No tuve el encuentro deseado con mis compañeros de «Letras en la red». Una lástima. Aún así, mereció la pena: «El restaurante favorito de Nina Hagen», ¡por fin!, se materializaba y convertía en algo comprable, al alcance de los admiradores. Y yo, seguidora fiel y confesa como soy, en visita fugaz pero pasé a hacerme con un ejemplar.

Porque afición me sobra desde que fue nuestro profesor. Su estilo y su personalidad enganchan. Sigo su blog (en el que con maestría trata un sinfín de aspectos literarios, sociales, políticos y personales que me son afines y recomiendo), busco sus artículos del «Heraldo de Aragón» en los que nos ofrece una visión pixelada y certera de lo que  acontece. Y -¡cómo no!- he leído sus libros anteriores: Soldados en el Jardín de la Paz – un repaso histórico de una Zaragoza desconocida, muy documentado y ameno- y Malas Influencias – recopilación de unos cuentos muy suyos-.

No voy a destripar la novedad pero el caso es que «El restaurante favorito de Nina Hagen» no sólo se hizo dueño de mi mesita de noche sino que se apropió de mi cocina. ¡Con ese nombre… fue leerlo y sentir el ansía!. ¡Y de qué manera! porque a la comezón de escuchar a la gran Nina -olvidada en el rincón de los fetiches añejos- se le unió el deseo de viajar a Berlín -aunque no esté mi bolsillo para esos trotes- y las ganas apremiantes de probar esas albóndigas con las que la diosa se relamía.

No sé si esa era la intención de Sergio pero me dispuse a realizar una pequeña labor investigadora en la red y obtener la receta de las Königsberg Klopse. Había muchas versiones diferentes, al final, elegí partir de la que encontré en la página: amantes de la cocina.

La adapté un poco tras continuar con la investigación en el bar «La pequeña Europa» – C/ Heroismo- donde nuestra Nina particular (menos punk, ¡claro está!) hizo de juez ante mi elección a pesar de que las albóndigas no se cuentan entre sus ricas especialidades.

Antes de ponernos a trabajar, conviene servirse una copa de vino alemán a base de Gewürztraminer: ayudará a caldear el ambiente descabellado que resulta de cantar a dúo con Nina y meternos en harina. – Porque la escucha de los añejos éxitos de la diva es OBLIGATORIO, en este caso. Dejando de lado sus últimas excentricidades, por supuesto. Nadie duda de que pueden ayudarnos a deshinibirnos con la receta pero también pueden provocar más llanto que pelando un saco de cebollas. ¡Sobretodo conviene obviar la versión del Personal Jesus de Depeche Mode: que las viejas glorias metidas a Mesías dan mucha grima!-                                                                                                                                        Llegados a este punto de entonamiento mi proceso fue primero adobar la carne picada de cerdo y ternera, con pan remojado en leche, dos huevos y perejil. Después rectificar de sal y pimienta (aquí manda el gusto de cada cual). Revolviendo bien para que todo se integre. Dejar reposar dos horas.                                          Mientras tanto, poner a cocer una cebolla grande sobre la que se pinchan seis clavos y dos medias hojas de laurel tras sajar a la cebolla por la mitad en 1 litro de caldo salado de verduras y pollo. Dejar infusionar (¡cómo se lleva esta palabreja ahora!). En ese caldo, introducir las albóndigas una vez que se les ha dado la forma cilíndrica y el tamaño habitual  (al parecer las del Restaurante «Honig  Mond» son enormes. A mí me gustan, más bien pequeñas). Yo las pasé por harina y freí un poco (no lo pone en la receta, las colocan directamente en el caldo tras quitar la cebolla pero la carne cruda me da repelús y prefiero asegurarme de que están algo hechas y prietas previamente).

            

En la receta, añaden anchoas en la picada de la carne. Pero a esto, tampoco, me sumé. Decidí hacer la bechamel ligera con parte del caldo y leche (no usé nata por aquello de los kilos) a la que añadí las dos cucharadas colmadas de alcaparras – de Ballobar, en este caso (parte del agasajo de «Pon Aragón en tu mesa»)-, el jugo de limón con algo de su ralladura y dos filetes de anchoas. – ¡Qué osadía!- dejando el resto para decoración (por si no gustaban que se pudiesen eliminar). La receta indicaba que estas albóndigas se servían con patatas o arroz. Yo opté por probarlas con Arroz Venere porque su intenso sabor pensé que compensaría la contundencia de las albóndigas y su más que sabrosa salsa. Y no me equivoqué. Alianza perfecta.  Realmente el plato resultó riquísimo. Extraño pero exquisito.

             

A pesar de que no tengo la certeza de que sean las mismas que Nina devoraba con fricción, la receta que he fagocitado resultó divertida de elaborar, fácil y sorprendente. Como estaba predispuesta por la lectura de la narración y me gusta casi cualquier preparación de «carne disfrazada» fue fácil vencer mi reticencia inicial al sabor anchoado y agrio. Pero justo es advertir que los sabores de la Europa Continental de la Merkel resultan extraños al paladar mediterráneo. Por mucho que se empeñen en reunificaciones económicas y en apretujarnos en un mismo saco: ¡no son paralelos los vaivenes de nuestros gustos ni siquiera en cuanto a la sencillez de las bolas de carne!. Así que lo del euro y las convergencias…

– ¿Albóndigas? ¡Por supuesto!. Las encontramos en todos los países pero… ¡dónde esté nuestra espectacular salsa de almendras o una buena salsa veraniega con sus tomates de huerta que se quite este gusto prusiano por muy avalado que venga de Ninas, Sergio y Kant (al parecer coincidía con la Hagen y rebañaba salsa de alcaparras con entusiasmo)!.

De cualquier modo, mis antojos son volubles y mis papilas no tardaron en responder como era de esperar: ¡salivando y deseando repetir!. De hecho, esta es la versión – en formato tapa- para el evento cumpleañero. También fue ¡todo un éxito!.                                                                         – Gracias Sergio por la inspiración-. ¡Y que tu libro vuele de las estanterías!               

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3 respuestas a EL PLATO PREFERIDO DE LA DIVA PUNK

  1. david dijo:

    Vaya, vaya. Te haces de rogar, compañera. Y vienes con la Hagen y albóndigas nada menos. Ya me has metido curiosidad en el cuerpo. Además si le gustaban al tío kant, no tendrán desperdicio intelectual. Anchoas, alcaparras…suena a tártaro, muy wagneriano. Pues a por ellas toca.
    Dale caña a esto y publica más, que tienes mucho que decir. Hasta pronto!!!

  2. Soul Kitchen dijo:

    Te han quedado unas albóndigas estupendas!!! ¿Asi que Nina Hagen era fan de las albondigas?? jejejje! hay que ver lo que se aprende por estos lares!! 🙂 Besote!! Raquel

  3. mixrock dijo:

    Cecilia!!!! No tenias que haberte molestado, eres un encanto!!
    El paquete llegó hace un par de días pero como no estaba en casa he tenido que ir hoy a recogerlo. Muchísimas gracias^^ me ha hecho mucha ilusión, tanta que llevo todo el día con la sonrisa en los sabios, parece que me he tragado una percha xD
    Algunas lenguas de gato han llegado un poco malheridas, pero están buenísimas! Tendrás que colgar la receta para que las haga yo también 😉
    Bueno Cecilia ya nos “veremos” por estos mundos blogueriles, un beso enorme!!!!^^

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